¿Qué insulto te ofende más?

garfield sin garfield

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viernes, 29 de agosto de 2008

tengo que aprender a interpretar los sueños



Estoy en la azotea de mi urbanización, tiene diez pisos de altura y apenas algún edificio en la zona sobrepasa mi cabeza. La noche ha entrado completamente y la luna refleja en las aguas tranquilas del puerto una tenue luz. No hay nada por las calles. Observo a mi alrededor, inquieto, buscando una salida rápida y decisiva a este malestar que oprime sin piedad mi garganta. No logro ver quien hay detrás de mí. Me giro para intentar ver algo, pero la luz de un foco del edificio contiguo me ciega. No puedo moverme, todo está oscuro, las piernas no responden; estoy literalmente unido al suelo y no veo los pies. Mis piernas tienen su final en los tobillos, y a continuación una sombra difusa unida a dos azulejos de color marrón rojizo. Tengo la sensación de estar cosido al suelo.

- Tienes que tranquilizarte. Piensa, piensa - Me digo a mi mismo, moviendo los labios sin sonido. - ¡No puedo gritar, no puedo gritar! - Me repito intentándolo de nuevo. No sale ni una palabra, simplemente un gemido ahogado y áspero. La garganta se estrecha cada vez más y siento que la nuez se hunde dentro de la tráquea oprimiendo las cuerdas vocales. Algo aprieta sin piedad mi cuello, pero no hay nadie, - ¡no hay nadie! -.

Ya no hay presión en la garganta... ya pasó. Respiro profundamente y aliviado, aunque en ningún momento me faltó el aliento. Las circunstancias han cambiado, pero aún sigue siendo de noche y me encuentro en el mismo lugar. Oigo un bullicio lejano originado por ajetreo en las calles de la playa. Es verano. Veo coches aparcando y niños corriendo en la plaza. Entonces, sin ningún motivo, doy tres pasos y salto al vacío de treinta metros que tengo delante de mí. Me siento libre. No caigo, vuelo... Vuelo hacia la azotea más cercana, la del edificio contiguo.

El vuelo es perfecto y seguro. Mis pies han vuelto a su lugar y voy perfectamente vestido y con unos zapatos que no reconozco. La posición de vuelo es vertical, como si estuviera de pie en el aire, y la velocidad constante. La sensación de euforia y bienestar llegó en una sola ráfaga desde el cuello hasta la nuca, terminando con un ligero cosquilleo detrás de la cabeza. Sonrío; no hay sonido... pero no importa; ya no tiene importancia. Puedo volar.

Voy de azotea en azotea recorriendo la playa. A veces bajo al suelo para luego volver a subir. No hay frío, no hay calor, todo está bien. Hago una parada, vuelvo a dar tres pasos... y otra vez la misma sensación de felicidad.

Miro hacia abajo y veo mis pies, el suelo, las calles, la gente paseando; veo la mar, la playa, la espuma blanca de las olas, las rocas oscuras; veo antenas, cables eléctricos, los remiendos en los tejados, las copas de los árboles... Y entonces despierto con una ligera sonrisa, tranquilo, con mi sobrina de dos años abrazada muy fuerte a mi brazo con los ojos enérgicamente cerrados y sonriendo como si ella hubiera volado también.

Tengo que aprender a interpretar los sueños. Creo que Valeria, mi sobrina, ya hacía rato que estaba abrazándome el cuello, siempre lo hace; y lo hace muy fuerte. Supongo que eso tendrá algo que ver con la presión en la garganta que sentía en el sueño... Lo de los pies cosidos al suelo no tengo ni idea.

humor cien por cien manchego